Tras contaros en el blog el aislamiento empleado en la reforma de la vivienda, nos habéis preguntado cómo son los muros de un edificio de 1850 y habéis mostrado vuestra preocupación sobre la posible pérdida de inercia en los mismos tras la ejecución de la reforma.
Los muros originales de la fachada de la vivienda tienen 80 cm de espesor. Están formados por una mezcla de piedra, yeso, arena y vigas y pilares de madera (situados a modo de entramado en los perímetros de los huecos, esquinas, encuentros…). Podemos resumir diciendo que la calidad constructiva de los mismos no es muy alta, si bien es cierto que su enorme masa aporta una inercia térmica que proporciona resultados dispares.
Antes de hacer la reforma, los veranos en el interior de la vivienda sí eran algo más frescos que en el interior de viviendas más modernas debido al que podríamos denominar “efecto cueva”. Aunque no lo eran tanto como se podría esperar, debido a la mala calidad de las ventanas (de aluminio y sin rotura de puente térmico) y de los cerramientos que dan al patio de corrala, que ni contaban con aislamiento ni tenían el espesor suficiente para mantener dicho “efecto cueva”.
Los inviernos sí se vivían muy fríos en el interior de la vivienda, precisamente por la gran masa de estos muros. La calefacción (eléctrica, al no existir otra posibilidad como podría ser el gas natural) se dedicaba durante gran parte del invierno a calentar dichos muros, en vez de calentar el aire. Y, como no había ningún tipo de aislamiento térmico, los muros no se mantenían calientes.
Sí es cierto que la ejecución de la reforma hizo perder inercia térmica a la vivienda. De hecho, en las simulaciones energéticas que se realizaron antes de la obra se tuvo en cuenta este hecho. Los resultados decían que durante el invierno, la influencia de esta pérdida de inercia térmica quedaba en segundo plano frente a los enormes beneficios de colocar aislamiento térmico. En verano, las simulaciones energéticas indicaban que el comportamiento térmico de la vivienda se iba a mantener prácticamente igual tras la obra: la pérdida del “efecto cueva” se compensaba con el efecto conseguido al mejorar la envolvente térmica en general.
Tras la obra se ha confirmado todo lo que la simulación indicaba.
La opción ideal habría sido aislar por el exterior (pues se habrían sumado los beneficios de aislar térmicamente con el mantenimiento de la inercia térmica), pero en este caso, en que se acometía únicamente la obra de una vivienda, y no de toda la corrala, resultaba imposible.